Thursday, July 20, 2006
LA RATA DEL IFE (MASCOTA MERECIDA)
San Jose California tambien se hizo presente simbolicamente en el ZOCALO
Política internacional - Julio 2006. Expectación electoral en México
La dictacracia en Mexico
Germán Ojeda
La Nueva España
México no es la dictadura perfecta como escribió el brillante novelista e ideólogo conservador Mario Vargas Llosa, es una "dictacracia" imperfecta -pretende juntar a conveniencia dictadura y democracia- porque el país lo gobierna con mano de hierro una dictadura oligárquica económico-mediática que utiliza cada seis años el guante de seda democrático para "fabricar" elecciones a su medida.
En México se fabrican las elecciones. Así fue desde que en 1928 el PRI se instaló en el poder y así ha sido también en estas elecciones de 2006, pues si como acaba de señalar el New York Times Mexico fue históricamente "líder mundial en fraude electoral", las elecciones del 2 de julio pasado confirman ese vergonzoso liderazgo antidemocrático, colocando al país al borde de la quiebra institucional.
El fraude electoral organizado por el gobierno presidido por Vicente Fox y por su partido el PAN en beneficio del derechista Felipe Calderón -asesorado por el jefe de las campañas electorales de Aznar, Antonio Sola-, contra la candidatura del anterior alcalde de la capital, el socialdemócrata Andrés Manuel López Obrador (AMLO), líder del PRD, viene preparándose desde hace dos años. Empezó cuando la presidencia de la república pretendió "desaforar" -quitar los derechos políticos- a Obrador para que no se pudiera presentar como candidato, operación que no pudieron rematar desde las instituciones ante la masiva movilización de la población en defensa de AMLO; siguió luego con la exhibición de videos en las televisiones que supuestamente probaban la corrupción que rodeaba al líder del PRD, y terminó estos últimos meses preelectorales con una sucia campaña mediática utilizando todos los recursos públicos y privados para presentar machaconamente a Obrador como "un peligro para México", tal como lo definió el propio presidente Fox contraviniendo la norma constitucional que prohíbe cualquier intervención presidencial en las campañas electorales.
No sólo el presidente se saltó reiteradamente la norma constitucional con premeditación y alevosía para tratar de derrotar a AMLO, también se la saltó Aznar cuando apareció en el país azteca con su fundación para patrocinar la candidatura de Calderón, se la saltaron además los empresarios que a través de sus organizaciones hicieron publicidad mediática contra "el caos económico" si ganaba el PRD y a favor del PAN, y se la saltó incluso parte de la jerarquía eclesiástica que nunca había intervenido directamente hasta ahora en las elecciones mexicanas.
Esta santísima trinidad, el poder institucional, el poder del dinero y el poder de la jerarquía eclesiástica, volcó sus recursos y su influencia a favor de Calderón, presentando a Obrador como un muñeco populista en manos de Fidel Castro y de Chávez y promoviendo una extraordinaria campaña negativa en su contra a través de las televisiones y las radios - con las que previamente y en plena precampaña el gobierno había sellado un pacto de socorros mutuos aprobando la llamada popularmente "ley Televisa"- que a un mes de las elecciones empezó a surtir efectos en la población mayoritariamente pobre y con una baja cultura política, lo que permitió al candidato de la derecha mejorar sus expectativas pese a los escándalos económicos vinculados a su familia -Hildebrando-, que fueron confirmados al final de la campaña poniendo contra las cuerdas a Calderón.
Sin embargo, en un momento de cambio histórico tan importante en América Latina, si no ganaba Calderón por las buenas tenía que ganar por las malas, esto es, la dictacracia mexicana, con el apoyo de sus aliados internacionales, había organizado un maquiavélico plan B que consistía en retocar el padrón eliminando votantes afectos a Obrador, colocar papeletas limitadas en aquellas mesas electorales donde se sabía que iba a ganar el PRD, "embarazar", es decir, hinchar las urnas con votos a favor del candidato de la derecha, y -lo realmente extraordinario- manipular el sistema informático de recuento de votos para que saliera vencedor Felipe Calderón, lo que un organismo supuestamente técnico e independiente -el Instituto Federal Electoral, nacido de un pacto entre el PRI y el PAN que había dejado fuera al PRD de Obrador- debía ratificar oficialmente en los días inmediatos a la elección.
Hecho y dicho. Las fraudulentas manipulaciones se produjeron y el IFE anunció el triunfo de Calderón, los medios difundieron por tierra, mar y aire una victoria impugnada desde el principio, los presidentes de países extranjeros con más intereses en México -Bush y Zapatero- lo felicitaron sin esperar a la proclamación oficial, así que la dictacracia mexicana podía descansar en paz y en gracia de dios con otros seis años por delante para seguir saqueando impunemente a su México "lindo y querido".
El problema, el único problema, es que AMLO y sus millones de seguidores denunciaron el fraude, se movilizaron a lo largo del país, exigieron contar las papeletas voto a voto para defender la democracia y para que por fin México dejara de tener un gobierno de ladrones viviendo a costa de un pueblo de oprimidos, como decía una pancarta que tuve ocasión de leer hace dos semanas en una concentración en la plaza del zócalo de la capital del país.
Las décadas negras
Efectivamente, como es sabido México está dividido en lo que el escritor Mariano Azuela llamó "los de abajo" y los de arriba, los pobres y los ricos, los indios y los criollos, los del sur y los del norte, los de derecha y los de izquierda, los de Calderón y los de Obrador, los del PAN y sus aliados del PRI frente a los moderados izquierdistas del PRD o los radicales insurgentes y zapatistas.
Los de abajo, la población mayoritaria, es india o mestiza, es pobre, es obradorista y sin embargo nunca ha podido gobernar su destino, porque a comienzos del siglo pasado se lo impidieron a la fuerza militares absolutistas como Porfirio Díaz, luego los nacionalistas del PRI que hicieron votar a los muertos para ganar las elecciones durante tres cuartos de siglo, y ahora los neoliberales del PAN que han dado una lección al mundo de cómo fabricar elecciones.
México es un país pionero e innovador en muchas cosas, pero especialmente en el uso y abuso del poder supuestamente democrático. El uso y el abuso del poder sin límites hizo del PRI un estado dentro del estado, hizo de México un país insurgente, hizo de la democracia una farsa, hizo de los procesos electorales un gigantesco fraude, cuyos resultados eran las llamadas "elecciones de Estado", esto es, siempre gobernaban los designados por el "dedazo" del poder.
Así fue desde 1928 hasta 1988, cuando el omnímodo PRI que había gobernado al país sin oposición durante décadas tuvo que recurrir a un fraude masivo para colocar en la presidencia al amigo del narcotráfico Carlos Salinas frente al hijo del expresidente que había acogido a los republicanos españoles exiliados, Lázaro Cárdenas. Entonces la elección de Estado, la compra de votos a cambio de alguna asistencia social, el acarreo de electores, las papeletas firmadas por niños y difuntos, las urnas "embarazadas" a conveniencia, la manipulación de las cifras y, en definitiva, el pucherazo electoral quedaron en evidencia frente a la victoria no reconocida de Cuathemoc Cárdenas, que no tuvo ni fuerzas, ni organización, ni apoyo popular para combatir el escandaloso fraude.
Pero como el fin justifica los medios, así aquel robo a mano armada-armada desde el Estado- para colocar a Salinas en la presidencia tenía propósitos de largo alcance. Además de servir como siempre a la oligarquía mexicana, debía servir a un cambio histórico: pasar del nacionalismo patriótico al internacionalismo neoliberal, con la privatización y la venta de los recursos nacionales a las multinacionales y con la firma del Tratado de Libre Comercio con los vecinos del norte, para que de esta manera las empresas multinacionales norteamericanas y canadienses tuvieran a su disposición mano de obra barata y abundante y pudieran además invadir libremente a México con sus productos.
Energía, banca, minerales, teléfonos, transportes, recursos turísticos, parte de la gran industria petrolera, todo fue enajenado a cambio de fabulosas comisiones siguiendo los sacrosantos principios del mercado, la libre competencia y la liberalización económica.
La venta de México al mejor postor fue en efecto un cambio histórico que se llevó por delante al propio PRI, a Salinas y hasta a Cuathemoc porque el que calla otorga, de tal manera que todo lo que vino después de aquel sexenio negro 1988-1994 fue transición, pauperización de las clases populares, conflicto social e inestabilidad institucional.
En las siguientes elecciones presidenciales del 94 el mismo PRI mató a última hora por si acaso a su propio candidato -el popular e izquierdoso Luis Donaldo Colosio- colocando al sumiso Zedillo para que todo siguiera atado y bien atado, pero aquel mismo año se levantó el ejército zapatista pidiendo derechos y justicia, y un partido hasta entonces marginal y católico -allí donde los curas no podían salir de las iglesias-, el PAN, empezó a crecer apoyándose entre otros precisamente en "los soldados de Cristo" y a defender un México "occidental", donde las elecciones fueran limpias, la política democrática y la patria y los recursos económicos de todos, incluso de los pobres.
Pura propaganda, como demostró el gobierno del PAN durante este último sexenio presidencial 2000-2006 de Vicente Fox, donde aumentaron los índices de marginalidad y pobreza, donde aumentó de forma alarmante la emigración de mexicanos pobres a buscarse la vida en EEUU, aumentó la corrupción, el clientelismo, las privatizaciones y la venta de la nación a los intereses extranjeros.
Finalmente, en un país donde las elecciones habían sido una gran farsa, fueron en esta campaña presidencial de 2006 si cabe menos limpias que nunca, porque a los viejos métodos del PRI -manipulación del padrón, compra de votos, falsificación de actas, embarazo de urnas, etc.- se añadieron nuevos procedimientos efectivamente "occidentales" o al menos aprendidos del vecino del norte: masiva propaganda mediática en los medios de la derecha -que son absolutamente todos con la excepción que confirma la regla de algunos periódicos regionales y del diario La Jornada- para destruir la figura del "peligro para México" que era Obrador, masiva utilización de las instituciones y de los dineros públicos a favor del candidato del PAN y masiva intervención electoral para fabricar los resultados.
En estas milagrosas elecciones México acaba de dar un nuevo impulso a la dictacracia, porque a esos viejos métodos aprendidos durante décadas con el PRI se añadieron los nuevos aprendidos en EEUU -recuérdese la elección de Bush en el año 2000-, de tal manera que de las burdas y manuales elecciones de Estado se pasó ahora a las nuevas e informáticas elecciones del PAN, hasta el punto de que Luis Hernández Navarro -uno de los periodistas más prestigiosos de México- habló inmediatamente de "un golpe de Estado técnico", como se ha ido confirmando en estos dias.
México vive de nuevo otra gran convulsión histórica y lo que está en juego es la posibilidad o no de transformar social, económica y políticamente al país por la vía democrática, mientras otros movimientos populares y zapatistas se organizan desde hace años en "otra campaña" para cambiar por la vía insurgente el sistema político y refundar el país.
Pero en estos días de julio ya ha quedado claro que a pesar de tanto apoyo institucional, económico, mediático e internacional, este golpe de estado técnico no podrá consolidarse frente a más de la mitad de los mexicanos movilizados pacíficamente defendiendo el valor de su voto y la verdad de la democracia; ya ha quedado claro que Calderón no podrá gobernar en paz el país azteca; ya ha quedado claro que el Mexico insurgente y revolucionario resurgirá al grito histórico de tierra y libertad si el mundo democrático occidental deja abandonado a su destino al Mexico democrático que simplemente pide contar sus votos para conocer la verdad electoral, ya ha quedado claro que el Mexico de "los de abajo" se radicalizará si, en una palabra, no somos capaces entre todos de acabar de una vez y para siempre con la vieja y nueva dictacracia mexicana.
Como proclama el candidato socialdemócrata de origen cántabro López Obrador, nuestro entrañable país hermano necesita de una vez por todas después más de un siglo de saqueo y corrupción ejecutada con total impunidad, la democracia política e institucional "por el bien de todos".
Germán Ojeda, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Oviedo
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=34767
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Germán Ojeda
La Nueva España
México no es la dictadura perfecta como escribió el brillante novelista e ideólogo conservador Mario Vargas Llosa, es una "dictacracia" imperfecta -pretende juntar a conveniencia dictadura y democracia- porque el país lo gobierna con mano de hierro una dictadura oligárquica económico-mediática que utiliza cada seis años el guante de seda democrático para "fabricar" elecciones a su medida.
En México se fabrican las elecciones. Así fue desde que en 1928 el PRI se instaló en el poder y así ha sido también en estas elecciones de 2006, pues si como acaba de señalar el New York Times Mexico fue históricamente "líder mundial en fraude electoral", las elecciones del 2 de julio pasado confirman ese vergonzoso liderazgo antidemocrático, colocando al país al borde de la quiebra institucional.
El fraude electoral organizado por el gobierno presidido por Vicente Fox y por su partido el PAN en beneficio del derechista Felipe Calderón -asesorado por el jefe de las campañas electorales de Aznar, Antonio Sola-, contra la candidatura del anterior alcalde de la capital, el socialdemócrata Andrés Manuel López Obrador (AMLO), líder del PRD, viene preparándose desde hace dos años. Empezó cuando la presidencia de la república pretendió "desaforar" -quitar los derechos políticos- a Obrador para que no se pudiera presentar como candidato, operación que no pudieron rematar desde las instituciones ante la masiva movilización de la población en defensa de AMLO; siguió luego con la exhibición de videos en las televisiones que supuestamente probaban la corrupción que rodeaba al líder del PRD, y terminó estos últimos meses preelectorales con una sucia campaña mediática utilizando todos los recursos públicos y privados para presentar machaconamente a Obrador como "un peligro para México", tal como lo definió el propio presidente Fox contraviniendo la norma constitucional que prohíbe cualquier intervención presidencial en las campañas electorales.
No sólo el presidente se saltó reiteradamente la norma constitucional con premeditación y alevosía para tratar de derrotar a AMLO, también se la saltó Aznar cuando apareció en el país azteca con su fundación para patrocinar la candidatura de Calderón, se la saltaron además los empresarios que a través de sus organizaciones hicieron publicidad mediática contra "el caos económico" si ganaba el PRD y a favor del PAN, y se la saltó incluso parte de la jerarquía eclesiástica que nunca había intervenido directamente hasta ahora en las elecciones mexicanas.
Esta santísima trinidad, el poder institucional, el poder del dinero y el poder de la jerarquía eclesiástica, volcó sus recursos y su influencia a favor de Calderón, presentando a Obrador como un muñeco populista en manos de Fidel Castro y de Chávez y promoviendo una extraordinaria campaña negativa en su contra a través de las televisiones y las radios - con las que previamente y en plena precampaña el gobierno había sellado un pacto de socorros mutuos aprobando la llamada popularmente "ley Televisa"- que a un mes de las elecciones empezó a surtir efectos en la población mayoritariamente pobre y con una baja cultura política, lo que permitió al candidato de la derecha mejorar sus expectativas pese a los escándalos económicos vinculados a su familia -Hildebrando-, que fueron confirmados al final de la campaña poniendo contra las cuerdas a Calderón.
Sin embargo, en un momento de cambio histórico tan importante en América Latina, si no ganaba Calderón por las buenas tenía que ganar por las malas, esto es, la dictacracia mexicana, con el apoyo de sus aliados internacionales, había organizado un maquiavélico plan B que consistía en retocar el padrón eliminando votantes afectos a Obrador, colocar papeletas limitadas en aquellas mesas electorales donde se sabía que iba a ganar el PRD, "embarazar", es decir, hinchar las urnas con votos a favor del candidato de la derecha, y -lo realmente extraordinario- manipular el sistema informático de recuento de votos para que saliera vencedor Felipe Calderón, lo que un organismo supuestamente técnico e independiente -el Instituto Federal Electoral, nacido de un pacto entre el PRI y el PAN que había dejado fuera al PRD de Obrador- debía ratificar oficialmente en los días inmediatos a la elección.
Hecho y dicho. Las fraudulentas manipulaciones se produjeron y el IFE anunció el triunfo de Calderón, los medios difundieron por tierra, mar y aire una victoria impugnada desde el principio, los presidentes de países extranjeros con más intereses en México -Bush y Zapatero- lo felicitaron sin esperar a la proclamación oficial, así que la dictacracia mexicana podía descansar en paz y en gracia de dios con otros seis años por delante para seguir saqueando impunemente a su México "lindo y querido".
El problema, el único problema, es que AMLO y sus millones de seguidores denunciaron el fraude, se movilizaron a lo largo del país, exigieron contar las papeletas voto a voto para defender la democracia y para que por fin México dejara de tener un gobierno de ladrones viviendo a costa de un pueblo de oprimidos, como decía una pancarta que tuve ocasión de leer hace dos semanas en una concentración en la plaza del zócalo de la capital del país.
Las décadas negras
Efectivamente, como es sabido México está dividido en lo que el escritor Mariano Azuela llamó "los de abajo" y los de arriba, los pobres y los ricos, los indios y los criollos, los del sur y los del norte, los de derecha y los de izquierda, los de Calderón y los de Obrador, los del PAN y sus aliados del PRI frente a los moderados izquierdistas del PRD o los radicales insurgentes y zapatistas.
Los de abajo, la población mayoritaria, es india o mestiza, es pobre, es obradorista y sin embargo nunca ha podido gobernar su destino, porque a comienzos del siglo pasado se lo impidieron a la fuerza militares absolutistas como Porfirio Díaz, luego los nacionalistas del PRI que hicieron votar a los muertos para ganar las elecciones durante tres cuartos de siglo, y ahora los neoliberales del PAN que han dado una lección al mundo de cómo fabricar elecciones.
México es un país pionero e innovador en muchas cosas, pero especialmente en el uso y abuso del poder supuestamente democrático. El uso y el abuso del poder sin límites hizo del PRI un estado dentro del estado, hizo de México un país insurgente, hizo de la democracia una farsa, hizo de los procesos electorales un gigantesco fraude, cuyos resultados eran las llamadas "elecciones de Estado", esto es, siempre gobernaban los designados por el "dedazo" del poder.
Así fue desde 1928 hasta 1988, cuando el omnímodo PRI que había gobernado al país sin oposición durante décadas tuvo que recurrir a un fraude masivo para colocar en la presidencia al amigo del narcotráfico Carlos Salinas frente al hijo del expresidente que había acogido a los republicanos españoles exiliados, Lázaro Cárdenas. Entonces la elección de Estado, la compra de votos a cambio de alguna asistencia social, el acarreo de electores, las papeletas firmadas por niños y difuntos, las urnas "embarazadas" a conveniencia, la manipulación de las cifras y, en definitiva, el pucherazo electoral quedaron en evidencia frente a la victoria no reconocida de Cuathemoc Cárdenas, que no tuvo ni fuerzas, ni organización, ni apoyo popular para combatir el escandaloso fraude.
Pero como el fin justifica los medios, así aquel robo a mano armada-armada desde el Estado- para colocar a Salinas en la presidencia tenía propósitos de largo alcance. Además de servir como siempre a la oligarquía mexicana, debía servir a un cambio histórico: pasar del nacionalismo patriótico al internacionalismo neoliberal, con la privatización y la venta de los recursos nacionales a las multinacionales y con la firma del Tratado de Libre Comercio con los vecinos del norte, para que de esta manera las empresas multinacionales norteamericanas y canadienses tuvieran a su disposición mano de obra barata y abundante y pudieran además invadir libremente a México con sus productos.
Energía, banca, minerales, teléfonos, transportes, recursos turísticos, parte de la gran industria petrolera, todo fue enajenado a cambio de fabulosas comisiones siguiendo los sacrosantos principios del mercado, la libre competencia y la liberalización económica.
La venta de México al mejor postor fue en efecto un cambio histórico que se llevó por delante al propio PRI, a Salinas y hasta a Cuathemoc porque el que calla otorga, de tal manera que todo lo que vino después de aquel sexenio negro 1988-1994 fue transición, pauperización de las clases populares, conflicto social e inestabilidad institucional.
En las siguientes elecciones presidenciales del 94 el mismo PRI mató a última hora por si acaso a su propio candidato -el popular e izquierdoso Luis Donaldo Colosio- colocando al sumiso Zedillo para que todo siguiera atado y bien atado, pero aquel mismo año se levantó el ejército zapatista pidiendo derechos y justicia, y un partido hasta entonces marginal y católico -allí donde los curas no podían salir de las iglesias-, el PAN, empezó a crecer apoyándose entre otros precisamente en "los soldados de Cristo" y a defender un México "occidental", donde las elecciones fueran limpias, la política democrática y la patria y los recursos económicos de todos, incluso de los pobres.
Pura propaganda, como demostró el gobierno del PAN durante este último sexenio presidencial 2000-2006 de Vicente Fox, donde aumentaron los índices de marginalidad y pobreza, donde aumentó de forma alarmante la emigración de mexicanos pobres a buscarse la vida en EEUU, aumentó la corrupción, el clientelismo, las privatizaciones y la venta de la nación a los intereses extranjeros.
Finalmente, en un país donde las elecciones habían sido una gran farsa, fueron en esta campaña presidencial de 2006 si cabe menos limpias que nunca, porque a los viejos métodos del PRI -manipulación del padrón, compra de votos, falsificación de actas, embarazo de urnas, etc.- se añadieron nuevos procedimientos efectivamente "occidentales" o al menos aprendidos del vecino del norte: masiva propaganda mediática en los medios de la derecha -que son absolutamente todos con la excepción que confirma la regla de algunos periódicos regionales y del diario La Jornada- para destruir la figura del "peligro para México" que era Obrador, masiva utilización de las instituciones y de los dineros públicos a favor del candidato del PAN y masiva intervención electoral para fabricar los resultados.
En estas milagrosas elecciones México acaba de dar un nuevo impulso a la dictacracia, porque a esos viejos métodos aprendidos durante décadas con el PRI se añadieron los nuevos aprendidos en EEUU -recuérdese la elección de Bush en el año 2000-, de tal manera que de las burdas y manuales elecciones de Estado se pasó ahora a las nuevas e informáticas elecciones del PAN, hasta el punto de que Luis Hernández Navarro -uno de los periodistas más prestigiosos de México- habló inmediatamente de "un golpe de Estado técnico", como se ha ido confirmando en estos dias.
México vive de nuevo otra gran convulsión histórica y lo que está en juego es la posibilidad o no de transformar social, económica y políticamente al país por la vía democrática, mientras otros movimientos populares y zapatistas se organizan desde hace años en "otra campaña" para cambiar por la vía insurgente el sistema político y refundar el país.
Pero en estos días de julio ya ha quedado claro que a pesar de tanto apoyo institucional, económico, mediático e internacional, este golpe de estado técnico no podrá consolidarse frente a más de la mitad de los mexicanos movilizados pacíficamente defendiendo el valor de su voto y la verdad de la democracia; ya ha quedado claro que Calderón no podrá gobernar en paz el país azteca; ya ha quedado claro que el Mexico insurgente y revolucionario resurgirá al grito histórico de tierra y libertad si el mundo democrático occidental deja abandonado a su destino al Mexico democrático que simplemente pide contar sus votos para conocer la verdad electoral, ya ha quedado claro que el Mexico de "los de abajo" se radicalizará si, en una palabra, no somos capaces entre todos de acabar de una vez y para siempre con la vieja y nueva dictacracia mexicana.
Como proclama el candidato socialdemócrata de origen cántabro López Obrador, nuestro entrañable país hermano necesita de una vez por todas después más de un siglo de saqueo y corrupción ejecutada con total impunidad, la democracia política e institucional "por el bien de todos".
Germán Ojeda, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Oviedo
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