Monday, November 27, 2006
Cd. Juárez Chih., México - hoy es: 27 de Noviembre del 2006
¿Gobierno?
27 de Noviembre del 2006
Actualizado: 4:02:32 AM hora de Cd. Juárez
Jesús Silva--Herzog Márquez
Analista político
Distrito Federal— Felipe Calderón será presidente de México en unos días. La pregunta de nuestro futuro no es el cargo sino el poder. Será presidente, ¿gobernará? El puesto otorga un abultado cuerpo de facultades, competencias y permisos constitucionales. No entrega la capacidad de conducir al país. El gobierno de Calderón es una pregunta por varias razones. La primera es estrictamente institucional: el dispositivo presidencial es un arreglo complejo que, en tiempos de poder fragmentado, bien puede alentar la parálisis. La segunda es genética: el gobierno calderonista nació mal. No lo digo porque adopte el cuento del fraude. No encuentro ningún argumento convincente que demuestre que se adulteró la voluntad ciudadana. Pero el gobierno de Calderón nació mal. Independientemente de los argumentos, hay una franja de la población que sigue dudando de la legitimidad del nuevo gobierno. Y es claro que la polarización que viene de las jornadas del desafuero, continúa. La tercera dificultad es estructural: Calderón ocupará la jefatura de un Estado en quiebra. No hago cuentas con las finanzas públicas, me percato de la impotencia de una estructura política gravemente rebasada por los poderes fácticos y los poderes delincuenciales. ¿Será capaz Calderón de asentar gobierno en esta ciénaga?
El primer problema puede volverse una coartada. En eso lo convirtieron los foxistas. La torpeza de los conductores se imputó al mal diseño del artefacto y a la villanía de los legisladores. Según ellos, si el “gobierno del cambio” no logró las hazañas que prometía fue porque el marco constitucional había sido rebasado por las circunstancias y por la mezquindad de los adversarios que sistemáticamente bloqueó iniciativas patrióticas. La pobreza de sus resultados fue atribuida a las malas reglas y a la irresponsabilidad de otros. Calderón no puede repetir la cantaleta. Ha insistido que aprendió la lección y que trabajará directamente con la legislatura. Para trabajar con el Congreso, Calderón ofreció un gabinete de coalición. Fracasó. Su equipo, efectivamente, no será lo que había propuesto: la plataforma de una coalición; un espacio para compartir responsabilidades de gobierno y apuntalar respaldos legislativos.
El segundo problema debe ser encarado con claridad. La presidencia de Calderón no padece un deficiente de legitimidad. Sostener que tiene que “legitimarse” en los hechos me parece absurdo. Lo que requiere es demostrar decisión y, sobre todo, eficacia. Desde hace 9 años, el pluralismo mexicano ha sido eficaz para obstruir pero no para construir. Toca a Calderón demostrar las capacidades de un gobierno limitado. Su responsabilidad es, ni más ni menos, prestigiar la democracia. En este territorio también se esconde una trampa: creer que la polarización de los años recientes debe detenerse con una política de consenso. Ese ha sido el tono del presidente electo en tiempos recientes. Conciliación, consenso, acuerdos. Calderón debe buscar la conformación de una mayoría asumiendo que el consenso es imposible -e indeseable -. Si Calderón quiere ser gobernante, además de presidente, deberá asumir las confrontaciones indispensables. La pretensión de los consensualistas es encontrar el sitio en donde todos estemos de acuerdo. En otras palabras, nos ofrecen una receta para la inmovilidad. Si Calderón quiere gobernar tendrá que escoger sus batallas e identificar a sus enemigos. Durante seis años padecimos un presidente obsesionado con su simpatía. La presidencia de Fox no tuvo determinación para encarar a los enemigos de la modernización económica ni a los enemigos de la legalidad. Para mantener la fiesta en paz, cedió de inmediato ante el menor asomo de la presión.
El gobierno que viene deberá recuperar la dignidad de la oficina presidencial. Rechazar enfáticamente la improvisación y la frivolidad. Pero la respetabilidad presidencial no se recuperará rehuyendo peligros o cediendo ante las coerciones de los intereses creados, los chantajes de su partido o las exigencias de los patrocinadores. Las señales que ofrece el equipo calderonista son francamente preocupantes porque perfilan un presidente que, ante la decisión fundacional de su presidencia, no se ha decidido a gobernar. El equipo que ha nombrado no representa un equipo político curtido, ni una selección de técnicos idóneos, ni un grupo de mexicanos comprometidos con una visión de futuro. El equipo de Calderón retrata a un presidente que empieza su gobierno encadenado a las mediocridades de su partido y temeroso de enfrentar a los poderes reales.
No comienza bien el gobierno de Calderón. Su gabinete es ya un doble fracaso. No será una plataforma de alianzas, ni será tampoco una reconocida selección de talentos. Producto de un intrincado juego de rebotes y de casualidades, decisión marcada por la improvisación, el gabinete calderonista lleva el sello de los vetos y las extorsiones. Incapaz de mostrar determinación política, inepto para dibujar una visión coherente, Felipe Calderón ha revelado desde antes de asumir la presidencia una profunda debilidad.
La torpeza del arranque resulta realmente preocupante por la gravedad del tercer desafío del nuevo gobierno. Olvidémonos de las reformas “estructurales”. Dejemos a un lado el alboroto del guasón y su “legitimidad” itinerante. Lo verdaderamente serio es el creciente imperio de la sangre. La guerra que nadie se atreve a nombrar es el reto más duro que encarará el siguiente gobierno. No se juega solamente la suerte de un presidente y su partido. La vida (no es metáfora) de todos está en juego. El futuro presidente no puede seguir jugando a la politiquita panista estando al frente de un país que vive horas dramáticas.
http://diario.com.mx/nota.asp?notaid=40ab7fc73ab2c12fc021d78fef03b1a8
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¿Gobierno?
27 de Noviembre del 2006
Actualizado: 4:02:32 AM hora de Cd. Juárez
Jesús Silva--Herzog Márquez
Analista político
Distrito Federal— Felipe Calderón será presidente de México en unos días. La pregunta de nuestro futuro no es el cargo sino el poder. Será presidente, ¿gobernará? El puesto otorga un abultado cuerpo de facultades, competencias y permisos constitucionales. No entrega la capacidad de conducir al país. El gobierno de Calderón es una pregunta por varias razones. La primera es estrictamente institucional: el dispositivo presidencial es un arreglo complejo que, en tiempos de poder fragmentado, bien puede alentar la parálisis. La segunda es genética: el gobierno calderonista nació mal. No lo digo porque adopte el cuento del fraude. No encuentro ningún argumento convincente que demuestre que se adulteró la voluntad ciudadana. Pero el gobierno de Calderón nació mal. Independientemente de los argumentos, hay una franja de la población que sigue dudando de la legitimidad del nuevo gobierno. Y es claro que la polarización que viene de las jornadas del desafuero, continúa. La tercera dificultad es estructural: Calderón ocupará la jefatura de un Estado en quiebra. No hago cuentas con las finanzas públicas, me percato de la impotencia de una estructura política gravemente rebasada por los poderes fácticos y los poderes delincuenciales. ¿Será capaz Calderón de asentar gobierno en esta ciénaga?
El primer problema puede volverse una coartada. En eso lo convirtieron los foxistas. La torpeza de los conductores se imputó al mal diseño del artefacto y a la villanía de los legisladores. Según ellos, si el “gobierno del cambio” no logró las hazañas que prometía fue porque el marco constitucional había sido rebasado por las circunstancias y por la mezquindad de los adversarios que sistemáticamente bloqueó iniciativas patrióticas. La pobreza de sus resultados fue atribuida a las malas reglas y a la irresponsabilidad de otros. Calderón no puede repetir la cantaleta. Ha insistido que aprendió la lección y que trabajará directamente con la legislatura. Para trabajar con el Congreso, Calderón ofreció un gabinete de coalición. Fracasó. Su equipo, efectivamente, no será lo que había propuesto: la plataforma de una coalición; un espacio para compartir responsabilidades de gobierno y apuntalar respaldos legislativos.
El segundo problema debe ser encarado con claridad. La presidencia de Calderón no padece un deficiente de legitimidad. Sostener que tiene que “legitimarse” en los hechos me parece absurdo. Lo que requiere es demostrar decisión y, sobre todo, eficacia. Desde hace 9 años, el pluralismo mexicano ha sido eficaz para obstruir pero no para construir. Toca a Calderón demostrar las capacidades de un gobierno limitado. Su responsabilidad es, ni más ni menos, prestigiar la democracia. En este territorio también se esconde una trampa: creer que la polarización de los años recientes debe detenerse con una política de consenso. Ese ha sido el tono del presidente electo en tiempos recientes. Conciliación, consenso, acuerdos. Calderón debe buscar la conformación de una mayoría asumiendo que el consenso es imposible -e indeseable -. Si Calderón quiere ser gobernante, además de presidente, deberá asumir las confrontaciones indispensables. La pretensión de los consensualistas es encontrar el sitio en donde todos estemos de acuerdo. En otras palabras, nos ofrecen una receta para la inmovilidad. Si Calderón quiere gobernar tendrá que escoger sus batallas e identificar a sus enemigos. Durante seis años padecimos un presidente obsesionado con su simpatía. La presidencia de Fox no tuvo determinación para encarar a los enemigos de la modernización económica ni a los enemigos de la legalidad. Para mantener la fiesta en paz, cedió de inmediato ante el menor asomo de la presión.
El gobierno que viene deberá recuperar la dignidad de la oficina presidencial. Rechazar enfáticamente la improvisación y la frivolidad. Pero la respetabilidad presidencial no se recuperará rehuyendo peligros o cediendo ante las coerciones de los intereses creados, los chantajes de su partido o las exigencias de los patrocinadores. Las señales que ofrece el equipo calderonista son francamente preocupantes porque perfilan un presidente que, ante la decisión fundacional de su presidencia, no se ha decidido a gobernar. El equipo que ha nombrado no representa un equipo político curtido, ni una selección de técnicos idóneos, ni un grupo de mexicanos comprometidos con una visión de futuro. El equipo de Calderón retrata a un presidente que empieza su gobierno encadenado a las mediocridades de su partido y temeroso de enfrentar a los poderes reales.
No comienza bien el gobierno de Calderón. Su gabinete es ya un doble fracaso. No será una plataforma de alianzas, ni será tampoco una reconocida selección de talentos. Producto de un intrincado juego de rebotes y de casualidades, decisión marcada por la improvisación, el gabinete calderonista lleva el sello de los vetos y las extorsiones. Incapaz de mostrar determinación política, inepto para dibujar una visión coherente, Felipe Calderón ha revelado desde antes de asumir la presidencia una profunda debilidad.
La torpeza del arranque resulta realmente preocupante por la gravedad del tercer desafío del nuevo gobierno. Olvidémonos de las reformas “estructurales”. Dejemos a un lado el alboroto del guasón y su “legitimidad” itinerante. Lo verdaderamente serio es el creciente imperio de la sangre. La guerra que nadie se atreve a nombrar es el reto más duro que encarará el siguiente gobierno. No se juega solamente la suerte de un presidente y su partido. La vida (no es metáfora) de todos está en juego. El futuro presidente no puede seguir jugando a la politiquita panista estando al frente de un país que vive horas dramáticas.
http://diario.com.mx/nota.asp?notaid=40ab7fc73ab2c12fc021d78fef03b1a8
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