Sunday, July 09, 2006

 

Las grabaciones

DIARIO MONITOR

I DOMINGO 9 DE JULIO DE 2006
Gordillo y Cerisola, entrampados

Jesús Ortega, coordinador de la campaña de AMLO, dio a conocer dos grabaciones para demostrar el supuesto "fraude"

Raúl García Araujo

Quien a grabación mata, a grabación muere. Ante más de 350 mil personas, Andrés Manuel López Obrador reprodujo dos grabaciones para demostrar que el "fraude electoral" del 2 julio fue orquestado desde las altas esferas de poder.
Jesús Ortega, coordinador de la campaña del candidato presidencial de la Coalición Por el Bien de Todos, ejecutó la maniobra política, algo similar a lo que ocurrió en marzo de 2004 con el panista Federico Döring cuando puso a la luz pública los videoescándalos promovidos por el empresario argentino Carlos Ahumada.

Ante el micrófono, Ortega dio a conocer dos pruebas del fraude electoral en el que participaron la profesora y líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Elba Esther Gordillo, el gobernador priista de Tamaulipas, Eugenio Hernández Flores, y el secretario de Comunicaciones y Transportes foxista, Pedro Cerisola.

La conversación puso en silencio y cimbró a las cerca de 350 mil personas —450 mil dicen algunos— reunidas en el Zócalo del Distrito Federal cuando la profesora le dice al gobernador Hernández Flores que el PRI está prácticamente muerto y que, por lo tanto, le recomendaba mover la maquinaria del Partido Revolucionario Institucional a favor del candidato presidencial de Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón Hinojosa.

"Nuestra encuesta tiene, por una red que armamos en todo el país, (ándale) de 6 mil 364 cuestionarios, apenas llevamos de 14 mil, llevamos 6 mil, perdón. Y van así: 34.1 PAN; 22.96 PRI y 33.68, PRD. Ya se cayó el PRI, eh, (muy bien) entonces hay que saber cómo actuar", se escucha en la primera grabación.

La dirigente del SNTE pidió al gobernador que se comunicara con el aspirante panista para que le informara que su apoyo iba a ir hacia él y, con ello, no quedar mal ante un eventual triunfo de dicho político.

"Hay que saber cómo actuar y aquí sí viene la decisión de fondo, porque la información que hay acá en los estados de nuestros amigos, (ajá), Tamaulipas y Coahuila, están con todo por el PRI y van a hablar, no sé si ya hablaron, vale más que ustedes se adelanten, si así lo deciden, con Felipe, para vender lo que tengan, el PRI ya se cayó, eh", se escucha de manera audible en la conversación telefónica difundida por el equipo de López Obrador.

Eso provocó la irritación y enojo de los miles de asistentes, quienes le gritaron a Elba Esther Gordillo un sin fin de calificativos, entre ellos el de "prostituta".

La grabación continuaba y provocó mayor rabia cuando la profesora preguntó a Eugenio Hernández Flores por dónde andaba, "¿por azul o por amarillo? Pero si va por azul, que es lo que pensamos, vale más hablarle a Felipe y decirle algo, no, para no quedar mal".

El gobernador de Tamaulipas tuvo una respuesta: se comprometió en ese momento a sacar todo el voto ciudadano a favor del panista Calderón Hinojosa e incluso a hablar con los demás gobernadores vecinos a su estado para que fueran en el mismo sentido.

Elba comentó que ya se estaba despejando la jornada electoral, puesto que el voto duro ya había salido a votar. Los dos políticos se despidieron enviándose un abrazo mutuo.

En la segunda conversación participan el gobernador de Tamaulipas y el secretario de Comunicaciones y Transportes (SCT), Pedro Cerisola, quien agradece a Hernández Flores por el apoyo a Felipe Calderón Hinojosa e incluso asegura que el gobernador se "sobregiró".

Hernández Flores responde que lo hizo con mucho gusto y afecto, pero, sobre todo, porque lo han ayudado mucho. Luego, Cerisola le pregunta a Hernández Flores si verá al líder nacional del PAN, Manuel Espino, y responde que no lo sabe aún, pues que ya había hablado con él.

"Me dijo (Manuel Espino) que lo mejor es que te diga que si podía echarte un grito y pedirte que le echaras la mano", dice Cerisola al gobernador, y éste responde: "lo que necesite".

Posteriormente, el mandatario de Tamaulipas le informa al secretario foxista: "voy llegando aquí a Toluca, voy a una reunión con gobernadores de nuestro partido y analizar qué vamos a hacer... yo creo que hay que irnos con la... con el IFE y aguantar vara".

El titular de la SCT responde: "no creo que vaya en ese sentido, pero de todas maneras yo te lo quiero plantear; me dijo, oye, tú tienes contacto con algunos que sean amigos tuyos, le dije, pues dos o tres que son amigos, los demás, los demás sólo son conocidos", esto en clara alusión a que los gobernadores salieron a brindar su apoyo por el eventual triunfo de Felipe Calderón Hinojosa.

El gobernador de Tamaulipas respondió gustoso a tal ofrecimiento: "claro, no, estamos nosotros con eso... así es, esa es nuestra convicción y así lo ha determinado un grupo de amigos, colegas, hace unas semanas, cuando vimos que esto podía cerrarse, podía ocurrir".

Finalmente, los dos se envían saludos mutuos y se agradecen los apoyos brindados entre ambas partes.

Las conversaciones llenaron de ira a los asistentes, que eufóricos gritaron, una y otra vez: "fraude", "fraude", "fraude", "fraude".

CUARTOSCURO / ARCHIVO

AMLO, el estrangulador... político

CABEN 35O MIL

Luis Guillermo Hernández

Lo que se ve no son 300 mil personas en una plaza, la iracundia de unos gritos o el eco pervertido de una maestra que opera para el sistema. Lo que se ve tampoco es el intento de derrumbar a toallazos la estructura del Estado. Lo que realmente se mira, a medio Zócalo, es el comienzo de una tarea quirúrgica, quizá certera, de estrangulamiento político.

Ese hombre no está jugando, aunque sonría. Ese hombre acaba de taponarle una vena a los adversarios que lo suponen cadáver, y la voz chillona de un secretario de Estado, agradeciéndole a un gobernador el trabajo presumiblemente sucio en horas de elecciones, está ahí para evidenciarlo.

Andrés Manuel López Obrador tiene a 600 mil orejas, o más, delante de un tinglado que, hasta la elección pasada, sólo sabían montar los hombres del gobierno. Y los tiene absortos, retorciéndose a mentadas contra el Presidente de la República, ni más ni menos, el hombre del cambio que acaba de ser bautizado como "traidor de la democracia".

Y hoy, como nunca desde el domingo 2 de julio, queda claro que la de ahora no es, ni remotamente, la elección presidencial de 1988. Queda claro, sucintamente, de a cómo van a estar los trancazos.

Exhibición, movilización, judicialización

Por eso la voz de Elba Esther Gordillo, la mujer que ayudó a colapsar al viejo PRI, la verdadera coordinadora de campaña de Felipe Calderón, se estrella en las paredes del Palacio Nacional y regresa a la plancha convertida en astillas.

"Más vale que se adelanten, si así lo deciden, con Felipe, para vender lo que tengan, el PRI ya se cayó", suelta la agudísima voz de la jerarca, en grabadora. "Vale más hablarle a Felipe y decirle algo ¿no?, para no quedar mal".

Y la confirmación de los amarres turbios, sean o no verdad, ocurre en la gente nomás al identificar la inconfundible voz, seca en sus maneras, desmatizada, de la chiapaneca: "vamos a sacar ahorita todo el voto ciudadano", y "lo interesante es hablar con Felipe y vendérselo".

"Fraude". Aunque la pequeña grabadora Sony de Jesús Ortega suelte nomás girones de conversación, apenas trazos del gobernador tamaulipeco Eugenio Hernández Flores y del secretario de Comunicaciones y Transportes, Pedro Cerisola. Para el perredismo que escucha es la nota de "fuego" que les revive el ánimo de lucha, porque dibuja el perfil que andan buscando: "fraude".

"Pues muy agradecido", dice Cerisola, "creo que te sobregiraste". Y el ufano tamaulipeco, al otro lado de la línea intervenida, confirma que "somos varios colegas que estamos en ese tenor". "Fraude, fraude". Que explique el gobierno.

Y todo a medio Zócalo, como nunca antes ha ocurrido, con esas 600 mil orejas a la espera del grito de "a las calles" que ni tarda en llegar, encabronadas todas porque algo huele mal.

Son miles, a la espera del grito de "vamos todos" que se escapa de cada párrafo del implacable discurso de López Obrador, donde cualquier vía, cualquier flanco, tiene lista su estrategia, desde lo penal hasta lo simbólico, desde lo personal hasta lo político.

"Vamos a demostrar que se han violado los principios rectores de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad establecidos en la Constitución". "Quieren imponer en la presidencia a un empleado, a un pelele". "Está de por medio la democracia y la estabilidad política del país". "Con todo mi amor, muchas gracias".

El hombre nacido en la ceiba del Golfo dice a su gente que el movimiento pacífico ha comenzado, y un Zócalo de manos se muestra.

"Tenemos la fuerza suficiente para llevar a cabo las manifestaciones pacíficas", dice el candidato, con los brazos cruzados en reto, y los convoca para el próximo miércoles al comienzo de las movilizaciones públicas en todo el país, al renovado éxodo por la democracia, al "mero mole" del tabasqueño.

"Desde todos los distritos electorales", sugiere, para colapsar, de a poco, la legitimidad social de un triunfo presidencial que, hasta hoy, le es adverso.

Ya que deslice rutas veladas ante un Tribunal Electoral adverso, que mencione, como no queriendo, que irá hasta la Suprema Corte, que se enfile contra el Instituto Federal Electoral, que recomiende a los medios de comunicación no ceder ante las presiones, que pida al Ejército velar por las boletas, es todo un segundo término.

La estrategia de Andrés Manuel López Obrador claramente puede verse a medio Zócalo de la Ciudad de México, es el estrangulamiento político, para ahogarle al sistema todas las salidas.

Es buscar que la presión reviente los comicios y las marrullerías, ciertas o incomprobables, salgan una a una desde todos los huecos que han dejado, para lograr, por estrechamiento, que estallen las venas de un aparato que varias veces intentó destruirlo.

GUSTAVO GARCÍA

CUARTOSCURO / ARCHIVO

A REVENTAR:

En el Zócalo, son miles a la espera del grito "vamos todos" que se escapa de cada párrafo del discurso del tabasqueño.
La Plaza de la Constitución, también conocida como "Zócalo capitalino", tiene capacidad para albergar alrededor de 350 mil personas. Es la segunda plaza pública más grande del mundo, superada tan sólo por la Plaza Roja en Moscú.

El Zócalo es en realidad el basamento para un monumento a los héroes de la patria, encargado por el entonces presidente Antonio López de Santa Anna al arquitecto Lorenzo de la Hidalga, quien sólo alcanzó a construir la plancha porque las fricciones con Estados Unidos suspendieron la construcción del monumento en 1843.

Fuente: Instituto Politécnico Nacional

MARCOS FUENTES

FUENTE: DIARIO MONITOR, CD. DE MÉXICO, 09 DE JULIO DE 2006. ASIMISMO, SE ADJUNTA EN ARCHIVO PDF, COMO EL ORIGINAL Y LA RUTA VÍA INTERNET:

http://www.diariomonitor.com.mx/hemeroteca/1152425511/tema-03-09072006.pdf

Comments:
“Invito al lector a que haga conmigo un ejercicio de imaginación. Para ello, le pido que me siga paso a paso y que me permita llevarlo en un viaje por el tiempo: Imaginemos que estamos en el momento preciso de la elección presidencial, es más, ubiquémonos en el día previo al que democráticamente, la nación manifestará su voluntad para decidir quien será el presidente de la República. Todo el país está a la expectativa, pues la campaña electoral ha sido no solo efervescente sino hasta angustiante, con no pocos roces y golpes bajos, difamaciones y calumnias entre los contendientes, empeñados todos en conquistar el favor del electorado. Tres han sido los candidatos que han competido en esta elección. Para identificarlos, asignémosle a cada uno de ellos una letra. Tendremos así al candidato A, al candidato B y al candidato C.

Digamos ahora que el candidato A es el favorito del presidente de la República en turno; descaradamente, el jefe del ejecutivo ha hecho campaña a favor del candidato A, que es su candidato y el del partido en el poder. Pero no solo eso: se sabe que el candidato A, aprovechando su posición relevante como secretario de estado, ha creado redes de partidarios por toda la nación, financiadas, se dice, con el erario público. ¿Quién es el candidato A? La verdad que es un advenedizo, con pocos años de experiencia política. Ya participó en una elección pero fue derrotado. Sin embargo, al perder, salió ganando porque fue invitado al gabinete presidencial desde donde preparó por largo tiempo su candidatura. El candidato A es de buena y aristocrática familia, su apellido es de abolengo y sus finas maneras y educados modales llaman la atención. El presidente en turno, literalmente, lo adora, y como él no ha podido con el paquete de hacer avanzar al país en esta primera oportunidad de un gobierno democráticamente electo, está seguro que el candidato A si podrá hacerlo, máxime que se trata de un hombre distinguido y con buenas relaciones.

Veamos ahora al candidato B. Él es en realidad, un emisario del pasado, representante del régimen aplastado por la voluntad nacional. No oculta su predilección, públicamente reconocida, por las virtudes y bondades que tenía el antiguo orden de cosas. Es más, pregona que solo hombres como él tienen la capacidad y la experiencia de gobernar a este país que necesita de la tutela de gobiernos un tanto autoritarios. Personalmente no vale gran cosa, pero tiene la ventaja de que los hombres que en el pasado gobernaron ya no son nada en el horizonte político mexicano, cartuchos quemados diría en su lenguaje peculiar. El candidato B está orgulloso de su militancia tricolor, seguro de que la enseña patria pertenece por derecho a él y a los que forman su partido, en el que, aunque las disputas internas lo corroen, lograron ponerse de acuerdo para postularlo a la elección presidencial, con la creencia de que el prestigio que les da el llamarse defensores de la independencia y de la soberanía, les atraerá el número de votos suficientes para recuperar el poder y volver triunfantes al palacio para retornar a los modos y costumbres políticas de antaño. El candidato B abomina del presidente en turno, del candidato A y del partido que lo apoya, porque cree que son arribistas que por casualidad se adueñaron de la presidencia de la República, por lo que debe arrojarlos de ella y reconquistarla para quienes se sienten los verdaderos representantes de la nación mexicana.

Pero el candidato A y el candidato B tienen algo en común y no solo el hecho de que sus dos respectivos partidos se han entendido más o menos bien en algunos temas de interés nacional: deben vencer al candidato C y a su partido. El candidato C es un hombre con pocas luces, con gran dificultad para hablar, con ideas francamente peligrosas, calificadas de populistas. Dicen sus partidarios que es el ídolo del pueblo, que lo aplaude y lo sigue porque es parte de ellos, porque habla como ellos, porque piensa por ellos, porque sus propias limitaciones lo hacen sentirlo como si fuera de ellos. El candidato C no oculta sus deseos de ser presidente. En un hombre ambicioso que se ha rodeado de las más despreciables figuras políticas, cuyas ideologías son abiertamente contrarias al interés de una nación que acaba de obtener sus derechos y que está aprendiendo a ejercerlos. Los hombres del candidato C tienen además fama de corruptos, de ineptos y de aborrecer a las clases sociales acomodadas.

El candidato C amenazó con el estallido social si se le obstruía el acceso a su candidatura presidencial, por lo que, a pesar de que podrían haberlo metido a la cárcel, lo dejaron libre, con la intención de derrotarlo en las urnas. Por su parte, los hombres de su partido, formado esencialmente por tránsfugas de los otros partidos y por viejos luchadores de causas populares, no aceptan transacción alguna: quieren el poder absoluto para imponer sus ideas y para transformar al país conforme al modelo que imperativamente, aseguran, es el que desea la mayor parte de la población, aquella parte formada por los pobres y los desposeídos.

Imagine ahora conmigo el amable lector, que llegamos al día de la elección y que al filo de la media noche se dan a conocer los resultados. ¿Quién ganó en este escenario imaginario? Nada más y nada menos que el candidato A, quien obtuvo el 45% de los votos. En segundo lugar quedó el candidato C, con el 35% de los sufragios y por último, el candidato B solo alcanzó el 15%. En el conteo final, un 5% de votos fue anulado. Los resultados son inobjetables y la elección se desarrolló limpiamente. Sería de suponerse entonces, que los candidatos derrotados aceptarían los resultados electorales y que reconocerían de inmediato el triunfo del candidato A. Pero no, y antes al contrario, demostrándonos que este país no ha madurado políticamente y que todavía dependemos de los caprichos de los caudillos.

Sigamos con el ejercicio imaginario para ver lo que sucedió después: El candidato B, deprimido, desaparece por completo y sus voceros dicen que no se reconocerá el triunfo del candidato A porque su partido se niega a aceptar la derrota hasta que se hayan resuelto todas las impugnaciones, como si todavía alentaran esperanzas después de la paliza que les dieron en las urnas. En cambio, el candidato C se comporta de manera diferente: de inmediato acusa al candidato A y a su partido de haber hecho fraude electoral y conmina y arenga a sus seguidores a lanzarse a la resistencia civil y luego a la acción directa para impedir que el candidato A se convierta en presidente.

Entonces, los partidarios del candidato C se lanzan en efecto a las calles y plazas de las ciudades. Literalmente lo invaden todo ante el estupor de los demás ciudadanos que han sufragado libremente y miran como la autoridad es incapaz de contener la marea humana de la plebe que lo arroya todo a su paso. El candidato C está orgulloso de sus huestes y las exhorta a posesionarse de la capital y a presionar al gobierno, a las autoridades electorales, a las judiciales y al congreso. La plebe se enardece y decide asaltar las tiendas, los centros comerciales, las casas habitación de las familias acomodadas. Para colmo, la fuerza pública, obedeciendo a los amigos del candidato C, se pone del lado de los amotinados y contribuye a la violencia y a los saqueos. El gobierno cede ante la fuerza de los hechos. El candidato A renuncia públicamente a su triunfo, pero el congreso, más asustado aún, declara que su elección fue nula y que el verdadero vencedor de la contienda lo es el candidato C, a quien le entrega la constancia que lo acredita como el próximo presidente de la República.

Terminemos con ya con este dantesco ejercicio imaginario. Sepa el lector que estamos hablando del año de 1828 y no del 2006. Le daré algunas claves más: el candidato A es el general Manuel Gómez Pedraza, ministro en el gabinete del presidente Guadalupe Victoria. El candidato B es el general Anastasio Bustamante, antiguo trigarante y continuador de la obra de Iturbide. El candidato C es el general Vicente Guerrero, predilecto de las clases populares y quien se empeñaba en implantar en México las ideas masónicas norteamericanas. La historia narrada es absolutamente cierta: se le conoce como el “motín de la Acordada”. Esta fue la manera, ilegal e ilegítima, como Guerrero llegó a la presidencia de la República.

Y luego dicen que la historia no puede repetirse” .

Por José Manuel Villalpando
Abogado e historiador
 
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