Monday, August 21, 2006
Desde el otro lado
Arturo Balderas Rodríguez
Atrapados sin salida
Elvira Arellano es una trabajadora indocumentada que vive en precarias condiciones como otros tantos millones que se encuentran en esa excepcional condición en Estados Unidos. Recientemente doña Elvira ha captado la atención nacional debido a que se refugió en una iglesia en Chicago para evitar ser deportada. Vive ahí, rodeada de voluntarios que no están dispuestos a que ello ocurra. Su temor no estriba en el hecho estricto de ser deportada, sino porque muy probablemente tuviera que abandonar a su hijo de siete años de edad que nació en suelo estadunidense y padece un mal del que, por sus escasos recursos, tiene más posibilidades de recibir una mejor atención médica en Estados Unidos.
No se sabe a ciencia cierta qué ocurrirá con doña Elvira y su pequeño hijo en momentos en que la Cámara de Representantes lleva a cabo una serie de audiencias en todo el país, conducida por miembros de la bancada republicana, cuyo fin último es convalidar la reforma migratoria aprobada en esa instancia legislativa. Se equivocaron quienes pensaron que todos los participantes estarían de acuerdo con las condiciones draconianas de la propuesta. No obstante que se ha invitado a quienes en principio pudieran estar de acuerdo con la propuesta, más de un invitado la ha cuestionado enérgicamente. Un ejemplo: los jefes de policía de varias ciudades han condenado la pretensión de habilitarlos como agentes de migración. Argumentan que perderían la confianza ganada entre la comunidad, tan necesaria para su buen desempeño, independientemente de que sería necesario doblar el número de policías para efectuar ese trabajo.
Líderes sindicales, representantes de organizaciones empresariales y organizaciones defensoras de los migrantes también han expresado su tajante oposición a la forma en que se pretende resolver el problema migratorio. Las reuniones han provocado una reacción en contra de tal envergadura que no sería extraño que
al final el balance sea negativo para los organizadores. Lo único claro es que su pretensión de posponer la discusión de la reforma migratoria con el Senado para después de las elecciones de noviembre seguramente se logrará. Los candidatos al Congreso no tendrán que apostar entre el voto de quienes están en favor de dar a los indocumentados un estatus más humano o los que prefieren encerrarlos en mazmorras y enviarlos lo más lejos posible.
En el fondo , el problema de doña Elvira está en su tierra, donde la pobreza en la que viven ella y 60 por ciento de sus paisanos los obligan a cruzar ríos, desiertos y ahora escalar murallas en busca de lo que no pudieron obtener en su país. Mientras tanto, se estigmatiza a quienes ponen el interés de los pobres por delante. El Estado, que ha abdicado de sus obligaciones, prefiere que dependan de los maratones de caridad para acceder a una mejor atención médica. Así es, doña Elvira, hay que decirlo con pena y vergüenza: no hay salida.
Atrapados sin salida
Elvira Arellano es una trabajadora indocumentada que vive en precarias condiciones como otros tantos millones que se encuentran en esa excepcional condición en Estados Unidos. Recientemente doña Elvira ha captado la atención nacional debido a que se refugió en una iglesia en Chicago para evitar ser deportada. Vive ahí, rodeada de voluntarios que no están dispuestos a que ello ocurra. Su temor no estriba en el hecho estricto de ser deportada, sino porque muy probablemente tuviera que abandonar a su hijo de siete años de edad que nació en suelo estadunidense y padece un mal del que, por sus escasos recursos, tiene más posibilidades de recibir una mejor atención médica en Estados Unidos.
No se sabe a ciencia cierta qué ocurrirá con doña Elvira y su pequeño hijo en momentos en que la Cámara de Representantes lleva a cabo una serie de audiencias en todo el país, conducida por miembros de la bancada republicana, cuyo fin último es convalidar la reforma migratoria aprobada en esa instancia legislativa. Se equivocaron quienes pensaron que todos los participantes estarían de acuerdo con las condiciones draconianas de la propuesta. No obstante que se ha invitado a quienes en principio pudieran estar de acuerdo con la propuesta, más de un invitado la ha cuestionado enérgicamente. Un ejemplo: los jefes de policía de varias ciudades han condenado la pretensión de habilitarlos como agentes de migración. Argumentan que perderían la confianza ganada entre la comunidad, tan necesaria para su buen desempeño, independientemente de que sería necesario doblar el número de policías para efectuar ese trabajo.
Líderes sindicales, representantes de organizaciones empresariales y organizaciones defensoras de los migrantes también han expresado su tajante oposición a la forma en que se pretende resolver el problema migratorio. Las reuniones han provocado una reacción en contra de tal envergadura que no sería extraño que
al final el balance sea negativo para los organizadores. Lo único claro es que su pretensión de posponer la discusión de la reforma migratoria con el Senado para después de las elecciones de noviembre seguramente se logrará. Los candidatos al Congreso no tendrán que apostar entre el voto de quienes están en favor de dar a los indocumentados un estatus más humano o los que prefieren encerrarlos en mazmorras y enviarlos lo más lejos posible.
En el fondo , el problema de doña Elvira está en su tierra, donde la pobreza en la que viven ella y 60 por ciento de sus paisanos los obligan a cruzar ríos, desiertos y ahora escalar murallas en busca de lo que no pudieron obtener en su país. Mientras tanto, se estigmatiza a quienes ponen el interés de los pobres por delante. El Estado, que ha abdicado de sus obligaciones, prefiere que dependan de los maratones de caridad para acceder a una mejor atención médica. Así es, doña Elvira, hay que decirlo con pena y vergüenza: no hay salida.