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Desafío: política descompuesta
12 de Diciembre del 2006
Actualizado: 3:44:59 AM hora de Cd. Juárez




Rafael Loret de Mola
Escritor y analista político
Distrito Federal— Una de las paradojas de la composición social mexicana es, desde siempre, la distancia abismal entre millones de trabajadores sujetos a salarios ínfimos y una clase empresarial óptima, boyante, feliz aliada de la clase política. Para definir la realidad, desde visiones contrapuestas, se habla lo mismo de una iniciativa privada responsable y comprometida –como, sin duda, lo están centenares de empresarios nacionalistas--, y de una oligarquía que ha tomado, por completo, el poder político. Los hechos, más allá de los matices ideológicos, exhiben a un pequeño grupo de afortunados mexicanos integrantes de la lista de los mayores multimillonarios del planeta y a un conglomerado depauperado y con escaso poder adquisitivo.

Quizá lo anterior sirva para explicarnos el fenómeno más evidente de la actualidad: una aguda descomposición política que marcha paralela a la estabilidad financiera bajo el esquema de blindajes favorables a los dueños de los grandes capitales, muchos de ellos multinacionales. En una perspectiva digamos normal, la crisis política ya habría impactado, severamente, el andamiaje económico, sobre todo por la inseguridad latente que surge de la videncia de contar con un presidente bajo presión y en apariencia débil frente a un opositor desbordado y por consiguiente fuerte.

La solidez de la macroeconomía, beneficiosa para los inversionistas con enormes caudales, parece separada de las confrontaciones políticas encerradas en el frecuente anecdotario de la vida nacional. Es decir como si estuviéramos a la vista a dos naciones distintas, separadas por los estatus y confrontadas en cuanto a sus diferencias sociales agudas. Esto podría explicar la polarización de la sociedad mexicana que no parece ceder al paso de los meses y desde la contienda electoral que legó la crispación como elemento central de querellas interminables.

La buena nueva es que los precios del petróleo seguirán en un nivel alto, por el momento, aun cuando ya se inicie, por ahora soterradamente, el proceso de privatización de la industria energética con el pretexto de que los monopolios estatales están caducando en la perspectiva de las “modernas” democracias, es decir de cuantas en Latinoamérica están regresando al punto de partida: las autocracias disimuladas. No por otra cosa la tendencia ha sido en pro de las reelecciones y los retornos salvo algunas excepciones.

Se tiene, por tanto, un espléndido “colchón” para amortizar algunos sacudimientos, no muy severos, en los mercados internacionales como consecuencia de los inevitables y permanentes reacomodos de los grandes rectores de la economía universal. Y gracias a esta condición, es posible que la profunda descomposición política, evidenciada tras los bochornosos sucesos del primero de diciembre, no sea un factor de desequilibrio entre los grandes financieros universales ni motive a éstos para buscar horizontes menos contaminados.

Al contrario: bien se sabe que a río revuelto ganan los pescadores cuando éstos mantienen las redes en su lugar. Las esquemáticas mentalidades de banqueros y financieros no dan para más... y saben muy bien cuan beneficiosa es la especulación cuando se tiene, claro, margen suficiente para ello.

Esta es la somera explicación de porqué, hasta este momento, no se avizora una crisis económica severa como podría haberse calculado a la vista de los terremotos políticos que, en realidad, tuvieron los efectos de un volcán: una vez que éste apareció la tierra dejó de moverse y de representar riesgo alguno. Lo mismo en el Congreso visto desde fuera de San Lázaro.

DEBATE

El rostro del Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, durante la azarosa investidura de Felipe Calderón, evidenció no sólo la incomodidad del invitado ante una situación que, por momentos, parecía incontrolable, sino también la sorpresa por encontrarse en un escenario muy distinto al previsto en una nación con sello de ser resistente y aguantadora. Las dudas, sin embargo, se disiparon casi de inmediato: tras la asunción relámpago las aguas volvieron a su cauce sin que los efectos se dejaran sentir, ni siquiera en lo mínimo, en el resto del entorno nacional.

La comitiva del aristócrata invitado, quien se precia de haber asistido a cuarenta tomas de posesión de mandatarios de todo el orbe –incluyendo la de Calderón, calificada por la prensa hispana como la más convulsa de todas ellas--, no dejó de señalar la excepcional tranquilidad con la que transcurrió el resto de la gira, incluyendo el encuentro entre los empresarios españoles y el nuevo mandatario mexicano, el pasado lunes 4, en un clima casi relajado, sin el menor brote de malestar a pesar del acecho de una oposición intransigente. Esto es como si los sucesos del viernes primero, tres días atrás, sólo hubiesen sido una especie de simulacro ajeno, por tanto, a la realidad.

México es así. También en marzo de 1994, tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, los observadores extranjeros constataron que, pese a la gravedad del suceso, el país mantuvo su marcha y no se detuvo; y lo mismo dijeron los corresponsales extranjeros –el testimonio de la gran Oriana Fallacci fue contundente--, tras la matanza de Tlatelolco en 1968, al observar que a doscientos metros de la Plaza de las Tres Culturas ni siquiera se había detenido el tránsito vehicular y la ciudad permanecía ajena, de hecho, al genocidio.

Acaso en otros tiempos los inversionistas foráneos no conocían tan bien la idiosincrasia de los mexicanos como ahora. De allí el refranero que sentencia “mucho ruido y pocas nueces” para afirmar la contundencia del estado de cosas a pesar de los tantos llamados al cambio. Y es éste, sin duda, otro factor relevante para explicar el aparente distraído gesto de los consorcios internacionales ante la deformada estructura política del país y el duelo de intransigencias severas entre dos bandos irreconciliables. Cuando menos, México ha dejado ser un jeroglífico.

EL RETO

En España se saludó con beneplácito la distinción del gobierno mexicano, tras el estreno de una nueva administración federal, de acercarse al capital ibérico como signo de diversificación –un propósito contumaz de los mandatarios mexicanos desde hace casi medio siglo--, para evitar con ello la dependencia total respecto al gran gigante estadounidense. Desde luego, las bienaventuranzas de la Unión Europea se traducen en una mayor tendencia hacia la expansión sobre los territorios de América Latina.

La perspectiva halagüeña plantea, de entrada, una controversia de fondo: ¿por qué México no diversifica también sus reservas monetarias, asegurando parte de ellas en “euros” y no en dólares, considerando que la primera se ha fortificado por encima de la divisa estadounidense y es más fuerte? Incluso destacados economistas, como el Nóbel Robert Mundel, a quien conocí y escuché en La Habana en 2002, proponen establecer garantías en varias monedas para evitar los quebrantos de alguna de ellas y jugar igualmente a la especulación.

No es muy difícil que los economistas al servicio del Estado, comenzando con el inteligente Agustín Carstens, se estén planteado actuar en consecuencia.



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